La escuela
no debe despilfarrar recursos, sino que dentro de su sencillez y humildad, y
contar con los materiales imprescindibles para cumplir su misión y no puede
renunciar a ellos porque, en caso contrario, quedaría mermada parte de su
eficacia. Hay un cierto cuidado reverencial por los materiales para que duren y
sirvan al mayor número de alumnos posibles. La escuela se abre a todo tipo de
jóvenes, de modo que habrá algunos que puedan costearse sus materiales; hay
otros, tan pobres, a los que la escuela tiene que proveer de lo más necesario.
Finalmente, hay elementos comunes (cartelones, sillas, mesas, pizarras…) que la
escuela tiene que agenciarse para servicio de todos los alumnos: unos, por ser
de uso común; otros, porque sería engorroso que cada alumno trajera los suyos
como sería el caso de la tinta. Hay una idea permanente en la escuela y es que
pretende ser un taller de trabajo, preparatorio para la vida. Por consiguiente,
si el alumno quiere progresar, necesita de herramientas: si carece de ellas, o
se olvida de llevarlas a clase, no puede trabajar y se dedicará a molestar a
los demás estudiantes pues no tiene nada que hacer. De ahí la insistencia en
que todos tengan sus materiales de trabajo: si algunos alumnos carecen de
medios para procurárselos, la escuela se los proporciona, aún a costa del
bolsillo de los maestros. En la actualidad, se habla de la pedagogía ecológica
o del escenario. Un aula en la que sobreabunden los elementos estimulares es
más rica que otra desnuda y aséptica: se aprende en y del escenario.
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